La incredulidad de Tomás

José Luis Sierra Cortés


El evangelio nos narra la incredulidad y acto de fe de Tomás.

Me gusta particularmente por el lenguaje directo de la escena y disposición apelmazada de sus componentes la visión pictórica que de ella hizo el Caravaggio en 1602, el pintor que dramatizaba como nadie, contrastando sombras y luces.

La tensión del momento se subraya por el amontonamiento de los personajes. Observamos que estos carecen de idealización, son gente de condición obrera. Y en cuanto a la composición observamos cómo el brazo derecho de Jesús y el hombro del segundo apóstol forman un semicírculo dentro del cual discurre la acción. Esta disposición cupular y el fondo oscuro del cuadro llevan a nuestros ojos a concentrarse en las manos de Jesús y de Tomas.

Y aquí, a mi entender, la visión que me ofrece Caravaggio me permite diferir de lo que leo en el evangelio. En éste Jesús invita a Tomás a meter la mano en su costado. ¿La metió Tomás? No hizo falta. El incrédulo vió, creyó y proclamó: «Señor mio y Dios mio».

En el cuadro del Caravaggio hay algo brusco; más que invitar a comprobar, Jesús parece adelantarse; agarra la muñeca de Tomás y mete en su propio costado el dedo del incrédulo. No sabemos que hará después Tomás. Lo que aquí vemos, en actitud y rostro, es un personaje que ha quedado sin capacidad de reacción. Absolutamente desmantelado.