«Ven y sabrás al grande fin que aspiro,
antes que el tiempo muera en nuestros brazos».
(Capitán Andrés Fernández de Andrada, Epístola moral a Fabio)
Consumimos tiempo y afloramos vida en cada instante de nuestra existencia en la tierra.
Cualquier momento es apto para ser celebrado. Pero se decidió, no sé cuándo, fragmentar y celebrar el curso de la vida en aniversarios. Aniversarios que se viven como espacios de gratitud y júbilo, de balance y de reorientación, sin que se dejen de oír sonidos de alarma en aquellos aniversarios que llegan cargados de primaveras cada vez menos floridas.
He cumplido 88. Guarismo orondo, de perfil poco elegante, más propicio a tirantes que a cinturón. Su segundo «8» ya ha desaparecido. En espera del «9», si llega, seguirá funcionando fantasmagóricamente ocultando la edad precisa del momento. Estadísticamente soy de edad avanzada, aunque sólo me vea viejo ante el espejo al tiempo de afeitarme. Me encuentro situado en el tramo final del camino de la vida, cuya longitud precisa desconozco.
Lo conocido y lo desconocido compiten en mi más que nunca. Estoy en un momento crucial de discernimiento. El discernimiento es una de las operaciones básicas de la Prudencia, virtud cardinal que desde el presente analiza y sopesa el pasado para controlar y enderezar el futuro.
La entrada en escena de la Prudencia me ha hecho recordar, traer a cuento y reproducir aquí, por ilustrativo, el cuadro del gran Tiziano, catalogado como Alegoría de la Prudencia.
Cuando lo conocí me impactó comprobar cómo la Prudencia había configurado un futuro receptivo, de mirada serena, impertérrita, de rostro juvenil y frontalmente iluminado. ¿No es esta actitud de futuro -me digo- la que desearía alcanzar para la última etapa de mi vida?
Sin detenernos en el análisis de los elementos formales que delatan la pertenencia del cuadro a la última etapa de Tiziano, nos preguntamos qué nos ha querido decir el pintor con estas imágenes.
En el cuadro observamos tres rostros varoniles: de anciano, de hombre de edad madura y de joven sobre las cabezas de un lobo, un león y un perro.
Como es normal surgen las opiniones de interpretación. Una de ellas sostiene que se trata de una representación más de la conocida como «Las tres edades del hombre». En este caso el cuadro se leería de derecha a izquierda. Con el perro, atento a lo que llega, el hombre joven recibe la luz de la vida. En su época de madurez se debate entre luces y sombras con la fuerza de un león. En su vejez se ve envuelto en sombras mientras el lobo o un animal carroñero devora el pasado.
(La relación de los animales con las etapas de la vida del hombre aparece en varias culturas. La tríada de cabezas de perro, león y lobo sobre cuerpo de serpiente aparece asociada a Serapis, deidad del antiguo Egipto).
Una segunda opinión ve en el cuadro una alusión a la continuidad del taller de Tiziano.
El hombre anciano sería un autorretrato del maestro; el hombre maduro, su hijo Orazio y el joven, Marco Vecellio, su nieto.
Notemos que de las obras maestras se pueden hacer interpretaciones plurales siempre que vayan en la misma dirección y no sean contradictorias. El poder de evocación de una obra maestra es enorme. Notemos además que las obras antiguas, en su inmensa mayoría, no tienen más título que el que le coloca el museo al catalogarlas. «Las Meninas», por ejemplo, es un título desacertado.
En nuestro caso, Alegoría de la Prudencia» es un título atinado. En arco, sobre las cabezas, el pintor ha escrito: «Ex praeterito praesens prudenter agit ne futura actione deturpet».
Pero ha fragmentado el texto en tres, a doble línea, para recalcar la actividad de cada uno de los tres tiempos
1º. Sobre la cabeza del anciano y el lobo: Ex praeterito… Desde el pasado, teniendo en cuenta el pasado…
2º. Sobre la cabeza del adulto y el león: praesens prudenter agit… el presente opera con prudencia…
3º. Sobre la cabeza del joven y el perro: ne futura actione deturpet. para que el futuro no se deturpe, se estropee o deforme…
Ahora el cuadro requiere ser leído de izquierda a derecha, del pasado al futuro. Su mensaje es claro. La Prudencia debe regir equilibradamente las etapas de la vida, sin ruptura, invitándonos a mantener una mirada iluminada hacia el futuro, que siempre llega joven. No necesito decir que me alineo con esta actitud. Hasta que le llegue el punto final, el último tramo de la vida es tan positivo como cualquier otro. No está en sus manos evitar la muerte, pero sí impedirle que adelante fronteras. Y Dios sabe si se convive con tinieblas de muerte antes de que la propia muerte salga por sus fueros. Son muchos los casos en que nos podríamos entretener.
Uno de ellos es vivir la edad avanzada como tiempo de prórroga. El señor X tiene 89 años. Ha leído que en su zona geográfica la edad media de vida es de 85 años. Es muy probable que el señor X piense para si que está viviendo en tiempo de prórroga. En tal situación es fácil que el impacto psicológico le invite a adoptar una resignada actitud de espera y comience a cerrar ventanas y correr visillos. ¡Error fatal! Sus 89 años son tan reales como los 17 de su juventud; no lo son los 85 del papel de las estadísticas que, sin embargo, confirman como normal que hay quienes no llegan a los 85 y quienes los superan como el señor X.
¿Y qué decir de «prepararse para bien morir»? ¿Recurrir a una ascética que nos ponga en camino de alcanzar el cielo? Un análisis pormenorizado nos sorprendería con lo mucho de neopelagianismo que se oculta en dicha actitud. ¿No habíamos aprendido de la iniciativa generosa de Dios que «todo es gracia»?
José Luis Sierra Cortés