La fachada de Notre-Dame de París, mi preferida

José Luis Sierra Cortés

Lo digo de entrada: de todas las fachadas góticas mi preferida es la de Notre- Dame de París.

Aunque del sentimiento de placer en tanto que experiencia individualizada no cabe definición, sí podemos analizar las causas que lo motivan. Es lo que voy a hacer con recursos comparativos de su fachada con la de la catedral de Reims.

Catedral de Paris
Catedral de Reims

A la vista de ambas fachadas no sorprendería que muchos decantaran su preferencia por la de Reims. Ante su poderío, su exuberancia decorativa y su exultante grandilocuencia, la fachada parisina parecería sumirse en un modesto segundo plano.

Yo también comparto la admiración por la fachada de Reims, pero mi preferencia por la de París se fundamenta en su organización, que casi calificaría de renacentista “avant la lettre”; organización que es la antítesis de la de Reims. Por tanto hago una opción de gusto, cuyas motivaciones paso a fundamentar a partir de las observaciones que siguen, dejando claro que las contraposiciones con la fachada de Reims no intentan descalificarla, sino mostrar que obedecen a otro planteamiento artístico.

Es notorio que la piedra pesa y que en ella se evidencia notoriamente la atracción de la gravedad. Pero así mismo es notorio que en su utilización en las catedrales góticas la piedra parece elevarse hacia las alturas superando dicha gravedad. Es un efecto óptico incuestionable.

Comparando las fachadas de París y Reims, se tiene la impresión de que la catedral parisina, más que pesar sobre la tierra, parece posar sobre ella, y si sus torres la aúpan hacia la altura, lo hacen sin desplegar el vuelo. Ambas tendencias, gravedad y ascenso, están sabiamente controladas, sometidas a una voluntad de equilibrio. No ocurre así en la fachada de la catedral de Reims que obedece a otros planteamientos que no son los de ese equilibrio. Todo en ella es un poderosísimo impulso ascendente de la piedra. Esta tensión hacia la altura, venciendo la gravedad, me hace recordar la observación de Mies van der Rohe cuando junto al lago de Chicago levantaba sus dos rascacielos (nombre de por sí curioso). La victoria sobre la gravedad, venía a decir el arquitecto alemán, se muestra mejor en la estructura desnuda del rascacielos antes de recibir la envoltura de sus fachadas. Es obvio que en Reims no cabe distinguir entre elementos constructivos y cobertura.

¿Cómo consigue la fachada de París el equilibrio aludido y de su comparación con la de Reims se deduce que ésta obedece a planteamientos muy distintos? Prescindiendo ahora, provisionalmente, de la partes visibles y aisladas de sus torres, ambas fachadas se despliegan en tres cuerpos o pisos horizontales y otros tantos verticales, marcados por elementos en ambos sentidos, generándose con ello nueve particiones, siendo visiblemente más marcadas las de París que las de Reims.

Aunque carezco de las medidas exactas, el conjunto de estas nueve particiones en la fachada parisina parece inscribirse visualmente en un cuadrado con manifiesto equilibrio entre lo horizontal y lo vertical. No lo vemos así en la fachada de Reims donde el conjunto de sus particiones se inscribe en un rectágulo vertical. Es más, sus particiones, salvo una, también se inscriben en rectángulos verticales. En París, por el contrario, vemos cómo el rosetón del segundo piso se inscribe en un cuadrado que realiza la transición entre los rectángulos algo alzados de las portadas del piso inferior y los rectángulos apaisados del tercero. De este modo sus pisos se superponen en ella reduciendo sus alturas, siguiendo al parecer una sutil relación de proporciones. Esta sutil relación no se contempla en Reims.

La verticalidad y la horizontalidad están fuertemente marcadas en la fachada parisina. La verticalidad la marcan sus poderosos contrafuentes, visibles desde el suelo. Incluso al pasar por el segundo piso se adornan con unos remates angulares que invitan al ascenso. Pero lo curioso de estos contrafuertes es que, al tiempo que marcan la verticalidad ascendente, la temperan, pues al irse retranqueando en su ascenso van marcando tramos horizontales que invitan al trazado visual de línes horizontales. Pero la más poderosa horizontalidad las marcan la galería de reyes que separa los pisos inferiores y la galería calada del tercer piso.

Carece de esta definición la fachada de Reims. Sus contrafuertes no son visibles desde el suelo. Las horizontales quedan menos definidas. El hecho de que sus dos pisos superiores estén algo retranqueados respecto a los centrales hacen que la línea horizontal que los separa aparezca quebrada. En Reims el predominio de lo vertical ascendente es manifiesto. Basta observar cómo los pináculo del segundo piso invaden el tercero y, muy particularmente, cómo el primero irrumpo en el segundo mediante los poderosísimos gabletes que rematan sus portadas.

Si lo hasta aquí dicho es acertado, nos encontramos ante dos fachadas de muy distinta concepción. Sosegado orden, equilibrio, claridad total e individualizada en París y en Reims poderosa fusión de elementos en una unidad globalizada, buscando alzarse con voluntad de prestancia. Salvadas las distancia, haríamos la conocida contraposición de Wölfflin entre lo clásico y lo barroco.

Debo señalar, siguiendo con el equilibrio de la fachada de Notre Dame de París, que su fundamento no está sólo en la distribución de horizontales y verticales. Hay que tener en cuenta dos elementos básicos: el rosetón y la galería calada del cuerpo superior. Primero el rosetón. El todopoderoso rosetón parisino es el elemento fundamental y clave de la distribución de la fachada. De de dicha función carece el rosetón de la fachada de Reims. En ella casi naufraga la fuerza rotunda del círculo, embutido como está en una forma ojival, unidireccional, y ascendente por tanto.

El rosetón de París organiza toda la fachada. Actúa como una fuerza centrípeta que aúna y controla las fuerzas opuestas.

En una figura geométrica regular centro y medio coinciden. No suele ocurrir así en el mundo del arte que frecuentemente recurre al número de oro para marcar la centralidad de la composición, dada la condición estática del centro.

El rosetón de París no está en la mitad de la fachada. Para cumplir con la función de organizar el equilibrio total se ha desplazado ligeramente, casi imperceptiblemente hacia lo alto.

He manipulado la imagen y he colocado el rosetón en el centro del cuadrado que forman los tres cuerpos superpuestos de la fachada. Su efecto es de ruptura del equilibrio controlado. Aquí se pierde la alada soltura que podemos contemplar en la imagen original.

(Pulsa el botón para alternar la imagen original y la manipulada)


Ahora el rosetón cae pesadamente e incrementa la sensación pesantez de los tres pórticos. En contrapartida la parte superior de la fachada se desliga del control unificador y acentúa su tendencia hacia la altura. Igualmente, y bajo el control del rosetón, la galería calada del tercer piso juega un papel fundamental en la organización de la fachada. Y lo hace por su propia cualidad de ambigua: configura el espacio de una de las nueve partes de la fachada pero sin cubrirlo. De este modo la elegancia femenina de las estilizadas columnas de esta galería calada le dan un toque de ligereza y luz a la composición total de la fachada.

Si de nuevo manipulamos la imagen y borramos esta galería calada, el resultado es visiblemente desolador.


El rosetón se queda a la intemperie, sin más apoyo superior que la parte visible de la techumbre de la nave central de la catedral. Queda desposeído de su función de controlar horizontales y verticales. Las torres gritan su altura.

Si, por el contrario, manipulamos de nuevo la imagen, manteniendo la galería calada pero cubriendo su fondo, el cuadrado que forman los tres cuerpos de la fachada se hace macizo y opaco, y las torres pierden esbeltez.


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Concluyo. La opción selectiva brota como una intuición. He querido analizar los elementos formales de la fachada de Notre- Dame buscando justificar mis preferencias. He tenido la osadía de manipular su organización para detectar los efectos adversos que con ello se producían, a pesar de que interiormente me decia a mi mismo: «No le toques ya más, que así es la rosa».

Y la metáfora me vale. La fachada de Notre-Dame es una rosa; rosa abierta, rosa de luz, rosa despierta.

Despierta, sí. Lo veo de nuevo (fig. adjunta). Fachada de ojos abiertos. Así lo dicen los grandes vanos de sus torres que, al tiempo, las adelgazan; la galería calada, que tempera la altura de las torres sin negarla; el rosetón que irradia tanto como concentra; sus ventanas laterales con vidrieras; incluso las oquedades de sus puertas. Vanos y macizos: un equilibrio más.

Logro mental y visual el de esta fachada. Armonía que, por sinestesia, se me hace sonora. Miro de nuevo la fachada de Reims. Me suena a walkirias envolventes y arrolladoras. Aquí es otra cosa. ¿Música de cámara? Sonidos individualizados, pero perfectamente orquestados en unidad. Me parece oir el contrabajo en los pórticos; el lirismo libre del violín en la galería calada; pero es del rosetón de donde me brota, casi con voz humana, el sonido rotundo y templado del violonchelo pregonando las glorias de Nuestra Señora de París, mi preferida.