Ensayo sobre la estética de la velocidad

José Luis Sierra Cortés

(A Javier XX que en clase me oyó una alusión de pasada a la estética de la velocidad y que ahora, al cabo de más de cuarenta años, me pide que le explicite el tema)

PROPÓSITO

Intento parangonar, aunque sea analógicamente, la experiencia de la velocidad con la experiencia usualmente definida como estética (es decir, la motivada por la presencia de “lo bello”) y plantear hasta qué punto nos es permitido agrupar ambas experiencias.

ENFOQUE QUE DESCARTO

El 20 de febrero de 1909 Le Figaro publicó el manifiesto Futurista de Filippo Marinetti. En su párrafo 4º se lee:

Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que parece correr sobre ráfagas, es más bello que la Victoria de Samotracia.

Aquí se afirma la belleza de la velocidad, tema que aparco voluntariamente para evitar derroteros teóricos complejos. Es obvio que si admitiera sin más la belleza de la velocidad, su experiencia se catalogaría como estética y mi propósito carecería de sentido, estaría resuelto. Pero mi argumentación no pretende avanzar por el camino inextricable de la belleza.

PRECISANDO EL ENFOQUE

Lo que me interesa es analizar si la experiencia de la velocidad, la que uno puede experimentar al volante de un automóvil, se puede alinear con la experiencia estética, la que, por ejemplo, experimentamos profundamente ante una audición musical.

Ambos tipos de experiencia son, ante todo, experiencia de uno mismo, estados, modos de sentirse, sentimientos.

SENTIMIENTOS Y SU CATALOGACIÓN

Los sentimientos diversos que experimentamos se encajan básicamente en dos grupos: fruición o disgusto. Ejemplos:

a) Me siento triste por la muerte de un familiar.

b) Me siento alegre por haber conocido la verdad de eso.

c) Me siento a gusto saboreando tu caja de bombones.

d) Me siento engañado con lo que me han dicho.

e) Me siento contento por haberte podido ayudar.

f) Me siento emocionado ante el “Mercurio y Argos” de Velázquez

g) Me siento emocionado cuando escucho la 6ª de Chaikowsky o leo a Aleixandre, etc..

En todo los casos yo (sujeto) me (“objeto”, es decir sujeto objetivado) siento afectado por “algo”, una realidad que me afecta positiva (b, c, e, f, g) o negativamente (a, d).

“Los sentimientos son modos subjetivos de sentirse. Y además pertenecen al orden estricto de la intimidad. Un estado subjetivo íntimo: eso es lo que sería formalmente un sentimiento” (Zubiri).

Pero este estado subjetivo íntimo, de agrado o de disgusto, tiene una motivación objetiva (la muerte de un familiar, el conocimiento de una verdad, el saborear unos bombones, el engaño, la buena acción, la visión o audición de una obra artística).

Se establece, por tanto, la inevitable relación “sujeto – objeto”, términos relativos, y, como tales, indisociables. Se puede ser más o menos objetivo y viceversa, pero nunca se puede obviar la presencia del otro término relativo, lo que sí se hace en el lenguaje vulgar, planteando mal las cuestiones.

Consiguientemente cuando afirmamos que “los sentimientos son modos subjetivos de sentirse”, estamos simplemente recalcando el modo personal, individual, íntimo, de experimentar un sentimiento que le ha proporcionado algo (el objeto) con el cual se siente necesariamente religado.

De los ejemplos de sentimientos de fruición anteriormente citados sólo (f) y (g) son considerados generalmente por los tratadistas como estéticos.

“SENTIMIENTOS ESTÉTICOS”

Se consideran como tales los promovidos por los llamados sentidos estéticos, la vista y el oído, ante el impacto de algo bello. No se considera estético el sentimiento del ejemplo (c).

Es conocida la distinción kantiana. El sentido del paladar (ejemplo (c) está “interesado” en la existencia del bombón; necesita paladearlo para saborearlo. Este tipo de placer no es estético. Por el contrario sí lo es, porque es “desinteresado” en ese sentido, el placer que experimentamos ante la “forma” bella de un objeto.

Nota. No hay que decir que mi pretendida estética de la velocidad no tiene cabida en este planteamiento kantiano de lo estético.

OTRO PLANTEAMIENTO POSIBLE DE LO ESTÉTICO

Desde que se introdujo en el siglo XVIII la Estética como disciplina, el término “estético”, derivado de αισθάνομαι percibir con la inteligencia o con los sentidos, enterarse…) ha restringido su amplia acepción etimológica al estricto sentimiento de placer motivado por “lo bello”.

Todos los sentimientos ejemplificados en la lista de más arriba tendrían cabida en una Estética que se atuviera a su raíz etimológica. Pero no ha sido así. Más que atenerse al grado de intensidad y modalidad del sentimiento en tanto que experiencia propia de un sujeto concreto, se ha catalogado dicha experiencia desde su sola conexión con el objeto bello que la motiva. Con ello queda al descubierto el fallo de la estética kantiana cuando afirma que lo bello place universalmente, cosa que evidentemente no es así. Como si el sujeto de la experiencia no fuera más que nuestra “naturaleza común”, pasiva, en actitud “desinteresada”. En la inevitable relatividad de sujeto y objeto se ha privilegiado el interés por el segundo término en detrimento del primero. Pero en la realidad no hay ese desequilibrio. El sujeto que se “re-crea” por algún motivo es paciente y agente de su propia satisfacción. Aquí vendría bien el quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur. Y, como corolario, habría que resaltar que la cualificación del sujeto es factor muy importante de la propia experiencia.

Con esta estética reductora y carente de sinestesia mal nos encontraríamos paseando por la Alhambra, queriendo distinguir cuándo un placer es estético o simplemente agradable.

Cabe, por tanto, otra Estética que recupere la amplitud de su sentido etimológico y preste mejor atención al sujeto y a su fruición, sin descartar obviamente la causa, que no se reduciría ya a lo que convencionalmente se califica de “bello”.

Este es el camino ensanchado que quería yo tomar para dar cabida a la estética de la velocidad. ¿Con qué derecho lo hago? Con el mismo con que se ha reducido el campo de la Estética.

PARANGÓN DE LA ESTÉTICA DEL RIESGO CON LA ESTÉTICA DE LO BELLO AL USO

Nota:

a) Parangón es comparar, no equiparar

b) Tomo estética en su amplia acepción etimológica de sentimiento, sensación.

c) Comencé queriendo comparar el placer que se siente al volante de un coche a gran velocidad con el que se siente al oír una música apasionante. El placer de la velocidad es un placer de riesgo, como lo es también, por ejemplo, la lidia taurina. El riesgo es un elemento esencial, una conditio sine qua non para dicho placer. Por eso he introducido el término en el enunciado, si bien por comodidad de análisis seguiré utilizando ambos ejemplos.

Decía, citando a Zubiri, que “los sentimientos son modos subjetivos de sentirse”. En ambos ejemplos estamos ante una elevada experiencia de si mismo, un sentirSE en alto grado de fruición.

Dicha experiencia no puede ser definida; sólo descrita. Entrar en su descripción global sería empeño tan imposible como contar las olas del mar; con la agravante de que muchas de ellas no son genéricas. Me limitaré, por tanto, a reseñar algunas de las crestas más características de ambas experiencias en su más alto nivel, las suficientes para el parangón:

La audición (motivo inicial “bello”) se apodera de nosotros, nos envuelve, nos conmueve incluso sensorial y físicamente, al tiempo que el yo se autoposesiona, se crece, se esponja, se apodera de la misma sensación musical gratificante y hasta físicamente le marca el ritmo, la dirige o la tararea en una fusión de identidad. El sujeto es al mismo tiempo pasivo y activo; se re-crea en autoposesión abierta a la expansión creadora y a la “comunicación”; es una experiencia que, por eso mismo, podríamos calificar de centrífuga. Este tipo de experiencia estética no colisiona per se (lo subrayo) con lo ético.

Parecido nivel cuantitativo de auto-fruición experimenta el que asume el riesgo de la alta velocidad, si bien la cualificación causal del placer experimentado sea distinta. Aquí brota de una actitud radicalmente activa de autoafirmación personal, tensa y centrípeta, que se crece y complace en su confrontación con el riego y su superación. Fruición del autocontrol triunfal del yo sobre su propio podio. No hace falta decir que el nivel de autocomplacencia está en función del porcentaje de riesgo asumido. La estética del riesgo colisiona fácilmente con la ética por jugar con la propia vida.

CONCLUSIÓN

No tengo empacho en hablar de la estética de la velocidad desde una Estética más amplia, más fiel a su origen etimológico, centrada en la autofruición del yo, y no reducida al impacto de “lo bello”. En ella tendrían mejor cabida muchos de los problemas escurridizos que se le plantean a la Estética al uso, como pueden ser lo lúdico o la “Action Painting”, por poner sólo dos ejemplos.

Y así, Javier, acabo esto que comenzó como un ensayo, como una opinión abierta y que como tal termino.