EL RETABLO DE ISSENHEIM

José Luis Sierra Cortés

Es noticia de actualidad en la prensa francesa el desmontaje del famosísimo políptico de Issenheim (1512-1516) para ser trasladado a una iglesia vecina mientras se restaura la capilla del museo de Colmar que lo acoge.

Como es sabido un políptico es un retablo de varios paneles que, según abiertos o cerrados, a modo de postigos, muestran diferentes imágenes o escenas. Autor de sus diez temas. pintados al trmple y óleo sobre madera de tilo, es el alemán Mathías Grünewald (ca. 1470-1528). De los dos temas esculpidos y de la estructura del retablo es autor Nicolás-de-Hoguenau (ca.1445/60-1538). Fue encargado por Guido Guersi, el abad de los antonianos.

Figura 1

A modo de reseña, esta es la distribución de sus temas:

a) Políptico abierto (fig.1): Visita de San Antonio Abad a San Pablo el Ermitaño. - San Antonio Abad entre San Agustín y San Jerónimo (escultura) - Tentaciones de San Antonio. Abajo, en la predela (escultura) , Jesús con el apostolado.


Figura 2

b) En posición intermedia (fig.2): La Anunciación - Concierto de ángeles - Virgen con el Niño - Resurrección.

Figura 3

c) Políptico cerrado (fig.3): San Sebastián - La Crucifixión - San Antonio Abad. Abajo, en la predela, el tema de la «lamentatio» ante Cristo muerto.

La Crucifixión.

He destacado el término «crucifixión» en esta última posición del políptico cerrado, que es la habitual. La crucifixión es la joya de este retablo extraordinario, la que le ha dado fama universal. Es difícil encontrar en la historia del arte un crucificado tratado de un modo más patético, desgarrado y lacerante que este.

Me parece pertinente citar algunos párrafos con los que describió J. K. Huysmans el impacto que le produjo in situ el crucificado («Les Grünewald du musée de Colmar», París, 1905):



...»Aquí, en el antiguo convento de Unterliden, se nos mete feroz por los ojos, nada más entrar, aturdiendo en el acto al visitante, la espantosa pesadilla de un Calvario. Es como un tifón de un arte desenfrenado que pasa y nos arrastra. Se precisan unos minutos para recuperarse, para sobreponerse a la impresión de lastimoso horror que causa ese gigantesco Cristo crucificado...


“… En el centro del cuadro, un Cristo enorme y desproporcionado, si se compara su estatura con la de los personajes que lo rodean, está clavado en un árbol mal descortezado, en el que se intuye, a trechos, la dorada lozanía de la madera. El madero transversal, del que tiran las manos, se arquea y recuerda, como en la Crucifixión de Karlsruhe, la curva tensa de un arco. El cuerpo, lívido y reluciente, está salpicado de puntos sanguinolentos, y está cubierto, como el erizo de una castaña, por las astillas de los azotes, que se le han quedado calvadas en las llagas. Al cabo de los larguísimos brazos se mueven las manos convulsas, arañando el aire (…).


“… Su rodillas se tocan, como las de un patizambo; y los pies, unidos y remachados con un clavo, no son ya sino un confuso amasijo de músculos, donde la carne se deshace y se pudren las uñas azules. La cabeza, que rodea una gigantesca corona de espinas, se desploma sobre el pecho fláccido y abultado, en el que se marcan las costillas como si de una parrilla se tratase(…)”


“…La mandíbula del Crucificado cuelga desprendida, y de sus labios cae la baba.. Infunde menos temor, pero se halla más bajo en la escala humana, está más muerto (....). El Hombre-Dios de Colmar no es ya sino un pobre ladrón ejecutado en el patíbulo.”


“(…) ¡Ah! Ante este calvario embadurnado de sangre y empapado de lágrimas, ¡qué lejos se está de aquellos bonachones Gólgotas que, desde el Renacimiento, había adoptado la Iglesia! Este Cristo de tétanos no era el Cristo de los ricos, el Adonis de Galilea, el mozo bien parecido, el hermoso muchacho de mechones rubios, de la barba partida, con rasgos insípidos, al que los fieles adoran desde hace cuatrocientos años. Este Cristo es el de San Justino, de San Basilio, de San Cirilo, de Tertuliano, el Cristo de los primeros siglos de la Iglesia, el Cristo vulgar, feo, porque cargó con todos los pecados y asumió por humildad las formas más abyectas.”


“Éste era el Cristo de los Pobres, el que se había asimilado a los más miserables de aquellos a los que vino a redimir, a los desgraciados y a los mendigos, a todos los que viven en la fealdad o la indigencia y sobre los cuales se encarniza la cobardía del hombre. Y era también el más humano de los Cristos, un Cristo con la carne triste y débil, abandonado por el Padre, que no había intervenido mientras fuese posible un nuevo dolor (…)”.


Puedo añadir el impacto desconcertante que me ha producido siempre el dedo enorme del Bautista que, con el evangelio en la mano izquierda, se autocita en el texto que leemos en la tabla: «Illum oportet crescere, me autem minui» (Es necesario que crezca y que yo mengüe») (Juan 3, 30). Citado en las circunstancias que vemos, el texto casi parece una burla sarcástica.

Un retablo dedicado a San Antonio Abad.

No es mi empeño entrar en un análisis estilístico del retablo. En Internet se puede encontrar abundantísima información al respecto. Aquí estamos ante un ejemplo más de que el simple análisis estilístico o formal no es suficiente para la mejor comprensión de una obra artística si no se tienen en cuenta ciertas circunstancias sociales.

El acentuado y distorsionado dramatismo de esta crucifixión obedece a una función social; no ha nacido del mero capricho expresionista del pintor. Este ha sabido interpretar la finalidad que le exigía el comitente de la obra.

Nos puede extrañar que el retablo esté dedicado a San Antonio Abad. Pero así es. Y esto nos ayuda a ver con una mirada más comprensiva la lacerante figura del crucificado.

Vemos a San Antonio (o San Antón) presidiendo el panel central del retablo abierto (fig.1), donde se representa al que fue humilde eremita como un pontífice entronizado entre San Agustín y San Jerónimo. Lo vemos igualmente en los paneles laterales, visitando a San Pablo anacoreta y sufriendo las tentaciones del demonio respectivamente. Los vemos por cuarta vez en uno de los paneles del retablo cerrado (fig.3).

Aunque San Antonio vivió en Egipto entre los siglos III y IV, su recuerdo y devoción marcaron profundamente la Edad Media. Así no extraña que ocho siglos más tarde, en el XII, se fundara la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Antonio. Los hospitalarios o antonianos se especializaron en la atención a pacientes de enfermedades contagiosas como la lepra, peste, sarna etc. y muy particularmente en el tratamiento del muy difundido ergotismo.

El ergotismo, conocido popularmente como «fiebre o fuego de San Antón», a causa de la penetrante quemazón que experimentaban los pacientes, lo producía el consumo de alimentos contaminados por microtoxinas, producidas por un hongo parásito, denominado «ergot», que afectaba a los cereales, pero muy particularmente al centeno, entrando así en la cadena alimentaria. La enfermedad tenía múltiples manifestaciones: alucinaciones, convulsiones, necrosis de los tejidos, gangrena etc. Los que la superaban quedaban mutilados, pudiendo perder todas sus extremidades.

Los antonianos colocaban sus hospitales en puntos estratégicos del Camino de Santiago. Por ellos pasaban muchos peregrinos enfermos de ergotismo que buscaban su curación en el Camino. Para uno de esos hospitales, el de Issenheim -un punto nórdico del Camino de Santiago-, se le encargó a Grünewald el macabro crucificado que hoy contemplamos con ojos muy distintos a los de aquellos pobres peregrinos que confiaban a San Antonio su curación o, al menos, contemplaban en el «Varón de dolores» crucificado y maltrecho alguien que compartía sus dolores y les levantaba la paz y la esperanza de compartir su gloria. Hay que decr que con la ingesta de pan de harina, más normal en el Camino de Santiago, el peregrino podía recuperar la salud «milagrosamente».