LA PRIMAVERA. (Botticelli)

José Luis Sierra Cortés

La Primavera como eclosión vital de la naturaleza ha encontrado tradicionalmente su mayor resonancia anímica en la poesía. De mucho menor cuantía ha sido su resonancia en la música, aunque no falten ejemplos de primerísima magnitud, como La Primavera, de Las cuatro estaciones de Vivaldi, o La consagración de la Primevera de Stravinsky.. La que es prácticamente nula es su relación con la pintura. Cuando en ella se habla de primavera, se piensa en el conocido cuadro de Sandro Botticelli (fig. adjunta), catalogado con ese nombre aunque sin garantía de que le sea el más apropiado.

Dicho cuadro está pintado al temple sobre tabla; mide 184 x 282,2 cm., y se encuentra en la Galería de los Uffizi de Florencia. Lo pintó Sandro Botticelli, entre 1477 y 1482, para la villa que en 1477 se había comprado, según algunos, el joven Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, primo de Lorenzo el Magnífico.

Las imágenes del cuadro rezuman poesía, pero no se ha desvelado convincentemente su mensaje, a pesar de los análisis realizados por especialistas cono Edgar Wind. Aby Warburg, Gombrich, Panofsky, Lionello Venturi etc. No se discute la filiación neoplatónica de su contenido. Hay consenso en que la figura central no es la Primavera, sino Venus y en que El reino de Venus sería un título más apropiado para el cuadro. A su diseño se le ha buscado inspiración en la Giostra de Poliziano y en un episodio de La Fábula de Apuleyo. Y se suele admitir que Poliziano ha sido el mentor de Botticelli para el diseño de la obra.

Obras como ésta, o El nacimiento de Venus del mismo autor, o El Amor sacro y el Amor profano del Tiziano, u obras de Miguel Àngel evidencian la importancia que tuvo el Neoplatonismo en la cultura del Renacimiento, sobre todo en la ciudad del Arno. Cosme de Medici regaló a Marsilio Ficino la Villa Careggi para que fuera la sede de la Academia Neoplatónica. En ella, bajo la dirección de Marsilio Ficino, se reunían Pico della Mirandola, Poliziano, Cristoforo Landino, Benedetto Varchi, Cattani di Diacceto…etc. Comentaban y traducían al latín textos de Platón, Plotino, Hermes Trimegisto, el Areopagita etc., cuyas teorías intentaban sincretizar armonizadamente con la ortodoxia del Cristianismo. (A la distancia de cincuenta y tantos años recuerdo mi avidez juvenil leyendo la Theologia Platonica de Marsilio Ficino).

ANÁLISIS DEL CUADRO

En un tupido bosquecillo, entre cuyos árboles se vislumbra el fondo abierto de un cielo azul celeste, vemos unos personajes que no son difíciles de identificar. Salta a la vista que el fondo del cuadro, vertical, no está visto con el mismo ángulo que el plano inclinado donde están los personajes.

Los personajes, de derecha a izquierda, son los siguientes: Céfiro, Cloris y Flora, formando grupo. En el centro del cuadro, Venus (no la Primavera como alguien ha pretendido, fuera de la opinión común). Seguidamente el grupo de las Tres Gracias y finalmente la figura de Mercurio (el Hermes griego). Disposición que marca un ritmo de 3 - 1 - 3 – 1, estando los grupos un poquito más cercanos al espectador que las figuras aisladas. La lectura de derecha a izquierda, de Céfiro a Mercurio (Hermes) no es arbitraria; parece suficientemente marcada, aunque los personajes se limitan a estar presentes en escena, aisladamente, sin representar una actividad de conjunto. En este sentido podemos decir que el cuadro de Botticelli flaquea en composición. (Como no es el único caso en la obra del pintor, tal vez sea más acertado pensar que no lo ha hecho adrede).

Dos son los personajes del primer grupo, aunque veamos tres. Botticelli ha pintado la metamorfosis de Cloris en Flora, según Ovidio (Fastos V, 183: «Yo, que Flora me llamo, era Cloris»).

(Datos culturales como este dejan entrever la intervención culta del comitente o mentor en el pintor de la obra).

Céfiro, el de alas de mariposa, es el más suave de los vientos del oeste; es el mensajero de la Primavera. Compite con su hermano Bóreas para obtener el amor de Cloris, diosa eternamente joven.

Céfiro la rapta -así lo vemos en el cuadro-, se casa con ella, la fecunda con su soplo y la encarga de las flores y del reverdecer de la vegetación. Así lo indica la ramita que brota de su boca. Desde la mitología latina Flora, la diosa de los jardines, es la metamorfosis de Cloris, según se ha citado anteriormente.

De acuerdo con su nombre, Flora es una figura floreada, vestida con traje estampado de flores. Avanza hacia el frente izquierdo, esparciendo flores.

Sorprende no sólo la cantidad sino la variedad y perfección de los casi doscientos tipos de plantas pintadas en el cuadro por Botticelli. Son una fiel reproducción de la flora de la región toscana y ha sido motivo de una tesis doctoral.

Vemos que Venus, en el centro del cuadro, preside un jardín primaveral. La relación de Venus con la Primavera viene de muy lejos. Algunos autores entran en discusiones absurdas y sostienen que el jardín que aquí vemos es el mítico Jardín de las Hespérides, puesto que la escena del rapto de Cloris por Céfiro tuvo lugar en él. Pero otros, en contra, arguyen que el Jardín de las Hespérides era ante todo famoso por las mala aurea (manzanas doradas) que conferían la inmortalidad y que los abundantes frutos que vemos colgar de los árboles en el cuadro más bien parecen ser naranjas. La discusión se convierte en bizantina cuando se recurre a la terminología latina. Y así como en francés «ponme» es manzana y «ponme de terre», patata, en latín el término «malum» (manzana) es genérico para varias frutas, especificándose cada una por el adjetivo que lo acompaña, de modo que malum citreum es la cidra; malum granatum, la granada; malum persicum, el melocotón; manlum aureum, la uva..etc. De donde mala aura, en plural, vale tanto para uvas como para manzanas doradas.

Venus está representada por una figura esbelta, enmarcada en el mirto, árbol que le está dedicado, y resaltada por la aureola que le forma el ramaje del bosquecillo. Parece señorear pacíficamente su reino y marcar con su diestra el ritmo de la danza de las Gracias. Es dato reseñable para el análisis observar que Venus está vestida.

Por encima de ella vemos la figura infantil de Cupido, su hijo, tensando el arco y dispuesto a disparar una flecha de punta llameante a la figura central del grupo de las Gracias. En la mitología romana Cupido es el dios del deseo amoroso. Se le representa como un niño alado, provisto de arco, flecha y aljaba y con los ojos vendados, puesto que el amor es ciego.

Enlazadas, cogidas de las manos, vemos en danza circular a las Gracias. Hijas de Zeus y Eurinome, eran diosas menores del séquito de Afrodita (Venus); divinidades que ofrecían belleza, felicidad, creatividad a dioses y mortales. De complicada mitología, en el renacimiento florentino cambiaron sus nombres primitivos: Aglaya, Talía y Eufrósine (de derecha a izquierda), por Pulchritudo (Belleza), Castitas (Castidad) y Voluptas (Alegría, gozo íntimo).

En el extremo izquierdo del cuadro vemos a Hermes, el más polifacético de los dioses; el dios que recién nacido roba bueyes y vacas del rebaño de su hermano Apolo, a quien cede a continuación la lira que acaba de inventar; como veloz mensajero de los dioses se le representa con el caduceo y unas alitas en gorro y calzado; es el dios protector del comercio y de los viajeros; el dios psicopompo y mistagogo; el dios inteligente abridor; que incluso agudiza la astucia de los ladrones, etc., etc. En pocas palabras, personalidad compleja e intrincada de la que da cuenta el adjetivo «hermético».

Observamos que, siendo Hermes guía de las Gracias (una más de sus actividades), aquí en el cuadro les da la espalda, se desentienda de ellas y centra su actividad en horadar con su caduceo ramaje y cielo, disipando nubes y abriendo camino.

Nos preguntamos ahora qué mensaje deduciría del presente cuadro su destinatario, el joven Lorenzo di Pierfrancesco de Medici. Me parece impensable que el joven se encontrara ante un galimatías.

Conocía y compartía sin duda lo esencial de la visión cosmográfica neoplatónica, la idea de un universo creado por Dios, diferenciado pero no separado de Él; un universo animado, jerarquizado, participado de modo decreciente; recorrido sin interrupción por una energía sobrenatural que fluye de arriba abajo y revierte de abajo arriba, formando así un circuitus spiritualis, según exponía con lenguaje simbólico y mitológico su maestro Marsilio Ficino; un universo, «divinus animal», cuyos componentes «están ligados unos a otros, según el mismo Ficino, por una especie de caridad mutua de tal manera que puede decirse con propiedad que el Amor es nudo y vínculo permanente del universo. Un Amor que comienza en la Belleza y alcanza el Placer.

Dentro de ese universo, jerarquizado en cuatro regiones de perfección decreciente, Lorenzo di Pierfrancesco se sabe en la tercera, la Región de la Naturaleza, mundo sublunar o terrestre; mundo de los hombres, donde la belleza que en ella pueda encontrar no es más que el reflejo del rostro de Dios.

La más excelsa de las regiones es la Mente Cósmica, región puramente inteligible, supraceleste, incorruptible, estable, pero a diferencia de Dios es múltiple: contiene las ideas que son los prototipos de todo lo que existe en las zonas inferiores. En ella reside la Venus Urania, equivalente a la Caridad cristiana.

La segunda es la Región del Alma Cósmica o Ánima Mundana. Incorruptible, tiene movimiento autónomo y contiene, no ya las ideas sino las causas. En ella se encuentra el mundo celestial o translunar, es decir las nueve esferas de los cielos, la esfera de las estrellas fijas y las siete esferas de los planetas.

La cuarta de las regiones es el Reino de la Materia, sin forma ni vida. Adquiere sólo existencia cuando entra en la Región de la Naturaleza al unirse forma y materia.

UN CUADRO PARA INICIADO

Me referí anteriormente a la falta de coincidencia de los críticos al interpretar el cuadro. Y por otra parte me resultaba impensable que fuera un galimatías para su propietario. El investigador tropieza con una de las mayores dificultades cuando intenta encajar fechas. Se afirma, por ejemplo, que el cuadro fue pintado entre 1477 y 1482. Pero cinco años es mucho espacio de tiempo para la vida de un adolescente que queda huérfano a los trece o catorce años (1476) y contrae matrimonio a los diecinueve, habiendo firmado el contrato matrimonial un año antes, en 1481. ¿Cuadro pintado para regalo de bodas? Prefiero adelantar fechas con Gombrich y partir de 1478, año en que Lorenzo compra (o compran para él) la Villa Castello para cuya decoración se le encarga el cuadro a Botticelli, pintor muy ligado a la casa Medici.

Cuando carecemos de datos fehacientes que nos garanticen certezas, recurrimos a la opinión, que será tanto más verosímil cuantos menos cabos sueltos deje sin explicar. Y aquí quedan muchos cabos sueltos, siendo no el menor el papel de Hermes-Mercurio en un cuadro de bodas.

En mi opinión el cuadro se pintó, como otros conocidos por la Historia del Arte, para un destinatario muy preciso, el joven Lorenzo di Pierfrancesco, y no se hizo por puro adorno, sino con una doble función, estética y ética.

Mi interpretación del cuadro, quedando abierta a rectificaciones, es como sigue: Cuando Lorenzo se queda huérfano (1476), su primo Lorenzo el Magnífico, el señor de Florencia, lo acoge en su palacio y le da una esmerada educación en el pensamiento neoplatónico, teniendo como profesores importantes personajes, destacando entre ellos Marsilio Ficino. A los 15 años, pensando seguramente en independizarse, compra o le compra su primo el Magnífico una villa, para cuya ornamentación se le encarga a Botticelli el cuadro en cuestión. Durante el período de aprendizaje Lorenzo recibe correspondencia de Marsilio Ficino y tiene contactos con Poliziano que le regala libros ajenos y le dedica propios. En su correspondencia Marsilio Ficino, entre otros consejos, lo pone en guardia contra las malas compañías y le incita a profundizar en la Humanitas, concepto que no se ciñe a virtudes morales sino que incluye el conocimiento de las Artes Liberales, del Trivium y el Quadrivium, No se discute del lenguaje neoplatónico del cuadro que había de pintar Botticelli, ni del adoctrinamiento que el pintor recibiría -del Poliziano, tal vez-, para introducir en el cuadro elementos pertinentes para que el propio Lorenzo hiciera una lectura adecuada a sus propias circunstancias.

Se puede pensar en el agrado de Lorenzo di Pierfrancesco cuando vio el cuadro. De su aprecio por la pintura de Botticelli dejaría evidencia al convertirse en su mecenas.

Accediendo al cuadro por la derecha, Lorenzo tenía ante sus ojos la entrada de la Primavera, desbordada y promoviendo la vegetación en Céfiro y Cloris, y serena en Flora, que con paso de adagio lento, avanzaba repartiendo flores. En rigor no importa que se esté o no en la llamada estación florida del año: el Amor se crea siempre su propia Primavera.

En el centro del cuadro tenía al Amor, simbolizado en Venus. Lorenzo la reconoce al punto.

Viste y calza como una hermosa joven florentina de la época, Sabe que se llama Venus Pandemós o Vulgarís, que habita en la tierra de los hombres y es muy querida de Dios porque, aunque sea amor profano, circula por el mismo circuito que el sagrado del que es participación y hacia el cual tiende a remontar. Por el contrario ha oído al maestro Ficino que cuando el amor se desnorta, se convierte en «amor ferinus»; pierde su condición de amor y se convierte en enfermedad o locura.

A continuación centra Lorenzo su atención en el grupo de las Gracias. Recuerda haber oído decir a Pico della Mirandola que las tres gracias son como la explicitación trinitaria de Venus. Admira la composición de Botticelli y el esquisito dibujo de sus formas. Sabe que, al servicio de Venus, las Gracias despliegan belleza, placer y amor en este mundo y le invitan a entrar en su danza y experimentar sus efectos gozosos. En la Gracia de la derecha aprecia la serena belleza de Pulchritudo; en la de la izquierda, la de cabellera suelta, la desenvoltura del placer; es Voluptas que mira a Pulchritudo. Ninguna de las dos mira a la Gracia del centro, a la que sin embargo parecen querer destacar, haciéndole con los brazos enlazados en alto una especie de dosel. Lorenzo la reconoce como la Castidad, pero no la antigua diosa menor romana, hontanar de energía para empresas del espíritu; esta es la castidad cristiana. La del limpio retorno a lo divino. Por breves instantes se queda perplejo al ver que a ella irá dirigida la flecha llaneante de Cupido, pero reacciona al recordar lo que tantas veces ha oído al maestro, que el amor, ejemplificado en Cupido con su flecha, capacita nuestra potencia cognoscitiva para gozar la belleza superior, pues facilita recorrer los peldaños inteligibles que separan a Dios de sus creaturas.

Y para alcanzar esas alturas sin trabas, Castidad se desprende de collares, de todo lujo y nos da la espalda (al mundo), al tiempo que drige su mirada hacia Hermes, el abridor de caminos, el psicopompo y mistagogo, para que horade el ramaje, disipe nubes con el caduceo y le oriente hacia la otra Venus, la Celeste o Urania, nacida sin madre, inmaterial por tanto, (sine «mater», sin materia), equivalente a la Castidad cristiana, y que tiene su sede en la Región de la Mente Cósmica, región del gozo supremo, puramente inteligible.

Parece que el cuadro se colocó en lugar bien visible.