Me limitaré a realizar cinco calas en la pintura belga que nos permitirán comprobar la constante existencia, a través de su historia, de un enfoque y representación no convencional de la realidad visible.
El Cordero místico
Ante este extraordinario políptico experimentamos una inmensa sensación de paz, de silencio, de sereno misticismo, que nos inunda según vamos recorriendo los distintos ambientes (ambientes más que espacios) del retablo. El paisaje aparece como morada de lo divino.
La sorprendente mezcla de espiritualidad y riqueza (trajes, joyas, todo el boato de la cultura franco-borgoñona) nos permiten hablar a un tiempo de realismo y transcendencia.
“En cierto sentido para Van Eyck toda realidad es misteriosa. Se coloca ante el objeto como si lo descubriera por primera vez. Lo estudia como si quisiera con poética paciencia sorprender en él la solución de un enigma "encantado" e infundir a su imagen una segunda vida, silenciosa. Todo es único para él, y en el verdadero sentido de la palabra, singular. En tal universo, donde nada es intercambiable, lo accesorio y lo inanimado asumen el mismo valor fisionómico de un rostro". (Focillon)
Los personajes pueden ser algo estereotipados, convencionales. De hecho en las representaciones de escenas plurales la mirada se nos va a la multitud de cosas. Decía Gauguin que en el realismo occidental el todo se pierde en los detalles. Y tenía razón. Pero no es el caso aquí. En Van Eyck el todo es la suma de los detalles reales que pululan llenos de vida.
Así con la confrontación “imposible” de elementos representados realísticamente Van Eyck consigue un efecto sorprendente. Si viéramos así la realidad seríamos presa del vértigo.
Y ya estamos con el primer caso de un realismo que se pasa de raya y se convierte en visionario.
¿Pero se puede establecer una relación entre este realismo visionario de van Eyck y la realidad social en que vivió?
Van Eyck aparece apacible, sereno en una sociedad dura y violenta. Es como si de la época tuviéramos dos imágenes: la que dan la Historia y la literatura, por un lado, y la que da la pintura. Al parecer irreconciliables.
El siglo XV es época de intensa depresión y de un radical pesimismo: Infierno, juicio, predicadores ambulantes, el pesimismo introducido por la peste negra… Hay miseria y hambre. Las danzas macabras ya habían recibido su denominación en el siglo XIV: Macabré.
El “memento mori” se apoya en tres tópicos : "¿Qué se hizo de las glorias pasadas..?", "La corrupción de la belleza humana, pasajera"; "la danza de la muerte" que lo iguala todo.
Así encontramos estos temas en Deschamps, Meschinot, Gerson, Dioni sio Cartujano, Chastellain, el poeta Villon…
Van Eyck, como valet de chambre del duque de Borgoña, se desenvolvió en la Corte, esfera culta, codeándose con la rica burguesía, ostentosa y ambiciosa, patrocinadora de obras de arte.
Pero junto a esta esfera estaba la de la Devotio Moderna, que buscaba la profundidad religiosa, fustigaba a los predicadores y buscaba a los vere pauperi. A esta esfera se siente ligado van Eyck en su arte, sin abandonar la otra. Y logra unir lo terrenal y lo divino desde su naturalismo de impronta medieval. Y da la otra imagen de la época: el revés de la moneda. La pobre humanidad no tenía bastante con la promesa diariamente repetida de un mundo mejor, de cuando en cuando necesitaba una afirmación solemne y colectiva, gloriosa de la belleza de la vida. La espiritualidad convive con riqueza de ropajes, perlas y suntuosidad.
Retablo del Canciller Rolin
Poderoso señor del que se decía, según Chastellain, que "sólo pensaba en cosechar en la tierra".
Aquí aparece transformado piadosamente, con una rigidez voluntaria, más allá de las emociones humanas. Esto era posible en aquel otoño de la Edad Media. Pero Van Eyck aprovecha el tema para pasearnos por el realismo más sutil y, por ende, fantástico. Luz que circula silenciosamente en el espacio y toca los objetos, luz divina de los místicos. Presencia de Dios en todo lo creado por esta transfiguración de las cosas y de los seres efímeros en joyas imperecederas.
Matrimonio Arnolfini.
Arnolfini, gran señor, consejero del Gobierno Ducal en importantes negocios. Aquí encontramos a Van Eyck al estado puro. En los retablos de encargo, impuesto el tema central iconográfico, que trata de modo más convencional, el pintor explaya su libertad en los detalles. Aquí pinta para el amigo. Tan entrañablemente que deja constancia de su presencia: "Johannes van Eyck fuit hic, 1434" Estuvo aquí, silenciosamente, en la intimidad religiosa de la bendición nupcial, no como testigo de una escena, sino como cronista de un ambiente, promocionando los detalles, realísticamente analizados, a categoría de visión.
(Detalles que me llaman la atención)