EL BUEN PASTOR

Nota iconográfica

José Luis Sierra Cortés

La imagen de Yahvé pastor de su pueblo es una alegoría de presencia constante en los textos del Antiguo Testamento. Alegoría que alcanza su plenitud en la Nueva Alianza, en la que Jesús se proclama el Buen Pastor que da su vida por las ovejas, el Buen Pastor que conoce sus ovejas y es conocido por ellas (Jn 10-16).

En Lucas 15,4-6 leemos la preciosa parábola de la oveja perdida:

«Supongamos que uno de vosotros tiene cien ovejas y pierde una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve en el campo, y va en busca de la oveja perdida hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, lleno de alegría la carga en los hombros y vuelve a la casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido”.

Buen Pastor de la Catacumba de Priscila

Para la representación del Buen Pastor con la oveja al cuello -pintura o escultura- los artistas paleocristianos se sirvieron de modelos clásicos paganos, tales como el antiquísimo “moscóforo” griego (portando un ternero al hombro) o del Hermes “crióforo” (que lleva un carnero) y, con menor frecuencia, de la imagen de Orfeo pastor,

Sorprende saber que las representaciones del Buen Pastor en las catacumbas -escultura o pintura- alcanzaron el número de 892. Pero sorprende más cuando se sabe que las imágenes proliferaron en un ambiente hostil dentro de las propias comunidades cristianas.

Había un texto importante, Éxodo 20, 4-5, que bloqueaba la creación y uso de imágenes: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto……”

No llegó la sangre al río pero era manifiesta en las comunidades la tensión entre las tendencias pro o contra las imágenes. En esta contienda es reseñable, por su procedencia, el canon XXXVI del Concilio de Elvira (Granada), 300-324, prohibiendo el uso de las imágenes en las iglesias.

La contienda quedó zanjada cuando se impuso la teología de la Encarnación. El Dios invisible del Antiguo Testamento se hace visible en Jesús que, como hombre verdadero, tiene cuerpo representable.

Terminado el período paleocristiano, siglo V, cesa la representación de la imagen del Buen Pastor hasta una muy discreta aparición en época renacentista.

El recto uso de la imagen religiosa en general quedará perfectamente definido para la posteridad en el segundo Concilio de Nicea, año 787.

El Buen Pastor. Murillo. 1660. Oleo 123x101 Museo del Prado

Pasado el tiempo, en plena época barroca sevillana, el admirado y popular pintor Bartolomé Esteban Murillo, seguido por Valdés Leal, tuvo la genialidad de representar al Buen Pastor como un niño. Tierna imagen que impactó en la sensibilidad popular y definió un modelo iconográfico de gran difusión.

La Divina Pastora. Alonso Miguel de Tovar. 1720. Oleo sobre lienzo. 43,2 x 31,5 cms.
Museo Carmen Thyssen Málaga

Igualmente en Sevilla, casi un siglo después, 1703, un fervoroso fraile capuchino, Isidoro de Sevilla, tuvo la ocurrencia de crear y promover la devoción a la “Divina Pastora de las Almas”, diseñando al mismo tiempo su imagen iconográfica. La nueva devoción se expandió rápida y eficazmente por Andalucía; se crearon cofradías marianas, denominadas “Rebaños de María”, y el nuevo culto llegó hasta la América Latina.

No quiero cerrar esta nota iconográfica sin aludir al “Tríptico del Buen Pastor”, pieza musical para órgano, compuesta en 1953 por Jesús Guridi, considerada la mejor partitura española del siglo XX para dicho instrumento. Obra que me atrevería a calificar de “iconografía sonora” pues no prescinde de una voluntad descriptiva de los sentimientos de su autor al evocar “El rebaño, La oveja perdida y el Buen Pastor”, las tres partes de que se compone la obra.